A pesar de estar separadas por miles de años de historia, la Filosofía y la Neurociencia tienen un fuerte vínculo que las une: las dos comparten el interés por el cerebro.

Hipócrates dijo que “caminar es la mejor medicina del hombre”,

Aristóteles fundó su escuela, el Liceo, a las afueras de Atenas, caminando mientras impartía clases y de ahí surgió la escuela peripatética (pensar mientras se pasea).

Kant paseaba diariamente de manera casi metódica a la misma hora y por el mismo recorrido por los bosques cercanos de su pueblo natal (actual Kaliningrado), porque era fundamental para su trabajo intelectual. 

Rousseau también se aficionó a las largas caminatas después de escribir su “Discurso sobre las ciencias” y lo plasmó en sus “Ensoñaciones del paseante solitario” donde vinculaba pensar, soñar y pasear.

Nietzsche decía que el caminar le mantenía la fluidez de su pensamiento y que solo tienen valor los pensamientos que nos llegan andando y

Thoureau reconocía también que “en el momento en que mis piernas comienzan a moverse, mis pensamientos comienzan a fluir”,

Kierkegaard escribía que “cada día me acerco al bienestar y me alejo de la enfermedad andando¨.

Dickens, Baudelaire, Woolf, entre otros, también eran aficionados a caminar para mantener su mente clara. Uno de los paseos más famosos, conocidos y celebrados del mundo es el Philosophenweg (Paseo de los filósofos) en Heildelberg. 

Más cerca en el tiempo tenemos ejemplos como el del maestro de ajedrez Bobby Fischer de jugar al tenis antes de sus partidas. Gary Gasparov también preparaba su cerebro para el ajedrez haciendo ejercicio físico diariamente. En la actualidad, también son conocidas las reuniones de grandes empresas tecnológicas que se realizan caminando, “cowalking” , para estimular el pensamiento.

Lo que los filósofos ya intuían y experimentaban, hoy la neurociencia lo explica: moverse es beneficioso principalmente para el cerebro. El movimiento es inteligencia porque requiere de una continua toma de decisiones para adaptarse lo mejor posible al cambio que provoca el movimiento. Sin movimiento no hay aprendizaje. Por lo tanto, si se quiere mejorar la inteligencia, la creatividad, el estado de ánimo y la concentración, el movimiento es una excelente forma.

El cuerpo y el cerebro constituyen un único organismo funcional con un funcionamiento muy complejo, frágil, singular y que se mueve. Su funcionamiento se basa en la interacción ente los diferentes órganos que mutuamente se retroalimentan y que a través de la mente se relaciona interactuando con un medio físico y social. Y como tal, y desde esa perspectiva del sistema funcional único, hemos de reconocer que al igual que no hay duda del papel del cerebro sobre el cuerpo, el propio cuerpo tiene un papel importante en la capacidad de influencia sobre el cerebro.

Nadie va a discutir la importancia y la superioridad jerárquica que el cerebro y todo el SNC tiene dentro del sistema de control y dirección de nuestro organismo. Pero eso no quiere decir que sea independiente. Bien al contrario, todas las funciones del cerebro se basan en los estímulos que percibe del entorno a través del cuerpo.

“El cerebro está en comunicación constante con el cuerpo. Las señales físicas del cuerpo le dan un resumen rápido de lo que está ocurriendo y qué se puede hacer”.

D. Eagleman en El cerebro: nuestra historia

Es bien sabido que muchos de los grandes pensadores que han existido mantenían una rutina de actividad física diaria porque, como señaló F. Nietzsche “Caminar ayuda a mantener la fluidez del pensamiento”. De hecho, para Nietzsche la historia de la filosofía es la historia de una mala comprensión del cuerpo. Las preguntas producían respuestas racionales o intelectuales que no solo estaban separadas del cuerpo sino enfrentadas a él. La idea filosófica de Nietzsche pretendía reivindicar la importancia del cuerpo y situarlo en el centro de gravedad de la vida. Creía que la conciencia es la más imperfecta y defectuosa herramienta mental por ser la más reciente en el desarrollo del ser humano y por depender en gran medida de pulsiones que están al margen del conocimiento.

Sin embargo sigue presente cierto pensamiento dual que separa el cerebro y el cuerpo. Fue otro filósofo, Descartes, el principal representante de esa idea de separación. Pero otros ya experimentaron que esa relación es mucho más profunda y que aún estamos lejos de entender. El profesor Antonio Damasio, en su libro ¨El error de Descartes¨, explica que la famosa frase de Descartes:¨Pienso, luego existo¨ es justo lo opuesto a la interpretación de la relación entre el cuerpo y la mente. El profesor Damasio la sitúa más bien en: ¨existo, tengo un organismo vivo que se mueve, luego pienso¨.

Aún en épocas y con perspectivas diferentes, sin duda la Filosofía tiene mucho que ver con la Neurociencia. Una sabe mientras la otra explica lo que se sabe.

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